Isabel Castillo de Salazar: LA MEMORIA PERSISTENTE DE MUEBLES AZPÚRUA

Mesa y silla por Muebles Azpúrua. s/f

Ella asistió a la charla sobre diseño industrial que dicté en el ciclo Invisibilia por allá en 2013. Fue una total sorpresa su presencia y luego constatar su lúcida memoria.


Se trataba de doña Isabel Castillo de Salazar, quien trabajara como dibujante y diseñadora para Muebles Azpúrua, empresa que junto a Decodibo, Tecoteca, Galería Hatch y Capuy, formara parte de la industria del mueble venezolano moderno en la década de los cincuentas.

Me emocionó conocerla porque tenía ya rato tras el rastro de Muebles Azpúrua. Ella, con su peculiar humor me dijo: “Como que soy para ti un eslabón perdido”.

Isabel Castillo llegó a Caracas proveniente de Bogotá en el año cincuenta y ocho. Siendo santandereña de nacimiento y normalista (con sólidos fundamentos en pedagogía), viajó a la capital colombiana para estudiar Artes en la Universidad Nacional, donde se graduó con maestría en mención pintura.

A raíz de los conflictos que se generaron en su país después del asesinato del candidato Jorge Eliécer Gaitán, con apenas 27 años armó su maleta y emigró a Venezuela dispuesta a trabajar y crecer en lo personal. Una decisión extravagantemente valiente para una mujer en esa época.

En 1958 fue contratada como dibujante en Muebles Azpúrua, de la que recuerda claramente el eslogan comercial que los distinguía: “Prestigio por calidad”. De esa forma, en un país pujante que recién salía de una dictadura, Isabel se convertía en una de las pioneras del diseño industrial: “Cuando llegué me aterraba ver que la gente desechaba muebles nuevos o casi nuevos”, relata.

Acuarela.Seibó o aparador diseñado para Muebles Azpúrua, s/f

Muebles y Decoración en los 50’

Cuenta Isabel Castillo que el señor Mario Castillo fue el dueño de Muebles Azpúrua a partir de 1953. La compañía comercializaba muebles y ofrecía servicios de decoración, que era como se conocía al diseño de interiores en aquel entonces. Nunca abrió fábrica propia, sino que subcontrataba el trabajo de carpinterías y ebanisterías pequeñas, principalmente, mientras que para piezas de mayor complejidad y en metal solicitaba el quehacer de Sillera Industrial o de Arte y Bronce.

Aviso hecho por ARS para Muebles Azpúrua.
Así las cosas, el corazón de Muebles Azpúrua era la oficina artística y técnica, justo donde ella participaba realizando los planos técnicos y las perspectivas en acuarela para mostrar al cliente cómo quedarían los espacios por ellos proyectados. Mucho de este material que ella mantiene archivado en unas carpetas gigantescas pude revisarlo, constatando su gran precisión.

Su jefe era el cubano Oscar Hernández, quien según Isabel Castillo, era gran esteta, destacado comerciante y creativo.

Aparte del aspecto histórico referente al diseño, del testimonio de Isabel Castillo resalta el retrato de lo que fue este país a mediados del siglo XX, un imán para personas provenientes de diferentes partes del mundo, por el espíritu de libertad y progreso que exudaba, lo cual se notó en la plantilla de empleados de Muebles Azpúrua, donde además de los ya mencionados, también destacó el técnico suizo Jack Brodbeck (del que aún tengo dudas sobre la ortografía del apellido), el hoy arquitecto de origen húngaro Imre Goson y el dibujante español Luis Alberdi. También destacó la calidad de los carpinteros y ebanistas italianos, la destreza y exactitud del señor Royack (ruso) y el señor Domínguez (venezolano), quienes hacían las planimetrías y plantillas a escala real 1:1 con el objeto que los ebanistas no desvirtuaran su estética plástico-estructural y funcional.

Muebles Azpúrua ofrecía a sus clientes diseño integral, tomando en cuenta desde los muebles, hasta la iluminación y los acabados. Vendía el proyecto con todo y equipamiento. Para ello importaban textiles y elementos decorativos de India, Japón, Estados Unidos, Dinamarca y otros países europeos.

Isabel Castillo comenzó en la empresa cuando sus oficinas estaban en El Silencio. Luego pasaron a El Conde, frente al actual Parque Central.

De su quehacer recuerda haber hecho adaptaciones de mobiliario clásico como el estilo Luis XV y el Provenzal, y del moderno danés. Durante su actividad en Muebles Azpúrua, que se extendió hasta 1961, no vió que produjeran butacas de estilo colonial. También indica que se hacían copias de la silla Barcelona de Mies van der Rohe, la poltrona de Charles Eames y la silla redonda de Hans Wegner y que se importaba la Tulip de Eero Saarinen. Las grandes referencias eran las revistas Mobilia y Architectural Digest.

Entre los grandes encargos de Muebles Azpúrua estuvo parte del mobiliario para el Hotel Humboldt, las oficinas de la petrolera Shell en 1959, y la participación en la 2da Exposición del Mueble (por investigar) en Caracas, para las que prepararon muebles con “sabor oriental en madera laqueada en blanco”, rememora y agrega que el trabajo cubría todo el territorio nacional.

Para la Shell recuerda como trascendente la gran mesa de conferencias de diseño propio. Sería de los pocos objetos originales de Muebles Azpúrua.

Doña Isabel es enfática al asegurar que la principal virtud de los productos de Muebles Azpúrua eran los acabados de calidad, que los hacía costosos.


La beca en Francia

Obtuvo una beca en 1961 y volvió a hacer sus maletas, pero en esta ocasión para estudiar en Francia, donde aprovechó para hacer una breve pasantía en la Knoll International, que pulió su gusto y el amor por el diseño del mueble.

A su retorno a Venezuela se enteró que Muebles Azpúrua se mudó a Guarenas, y comenzó a decrecer hasta que cerró, aproximadamente en 1965.

Peinadora de estilo danés de Muebles Azpúrua.
Ella, por su parte inició el ejercicio independiente, sumando a su portafolio numerosos proyectos concebidos para casas y apartamentos. Unió su diseño al quehacer de los talleres de carpintería, de los que comenta: “Uno tiene que oír al artesano, porque ellos son los que conocen los fenómenos físicos de los materiales. Obtuve muchísimo aprendizaje del artesano”.

En los sesenta se casó con un chileno y constituyó su familia. Asímismo, mucho más adelante, inició la labor docente en el Instituto Monseñor de Talavera, retando a sus estudiantes a levantar los planos manualmente, para que comprendieran la relación entre las medidas reales y las escalas sobre el papel. Luego de allí, es que les permitía pasar a la computadora porque así se mantiene una vivencia íntima con el mueble que se está creando y que será parte de la formalización del espacio interior.

Igualmente es una férrea defensora de la observación y la investigación en el diseño. Al respecto afirma con el soporte que le brinda la dilatada experiencia: “La creatividad no se inyecta. El que no investiga, el que no ve diseño, se pierde”. En ello insistió durante 16 años en la Cátedra de diseño del mueble y la coordinación del área de diseño de interiores. Actualmente, muchos de sus ex alumnos crean diseños para entidades prestigiosas internacionalmente.