MALBA Arquitectos nos solicitó la revisión de fuentes históricas sobre la carpintería venezolana que hemos compilado en un texto para celebrar el Día del Carpintero.
Por MSc. Elina Pérez Urbaneja para MALBA Arquitectos. Parte 1
Entre los “viajeros de Indias” llegaron al continente americano, los primeros maestros y oficiales para trabajar y construir en los territorios del imperio ultramarino en nombre de la Corona española. El gremio de carpinteros era de los más apreciados. Con el tiempo, los jóvenes criollos aprendieron el oficio, hallando a mestizos y guaiqueríes que lo ejercieron durante el período colonial.
Comenta Jorge Rivas que: “Al igual que sucedía en España, en América durante el período colonial existió un arraigado prejuicio hacia los oficios manuales, entre ellos la carpintería, y por lo general éstos eran ejercidos por personas pertenecientes a los niveles más bajos de la sociedad, en el caso venezolano por los llamados blancos de orilla y los pardos libres”. (Rivas, 2007)
El español penetró a Venezuela por Cubagua, bautizada Nueva Cádiz, que entre 1530 y 1535 llegó a tener mil habitantes, entre nativos y blancos. Los primeros inventarios de muebles en madera provienen de esta isla.
Fueron los artesanos de ramas mecánicas como la carpintería, la herrería y la platería, quienes configuraron la fisonomía laboral de la colonia.
“Las leyes de la Península que reglamentaban la actividad artesanal se hallaban muy bien definidas. Formaban un cuerpo orgánico preestablecido por las costumbres, al cual habían de atenerse en general maestros y operarios, quienes, en el curso de su labor, se veían precisados a acatar las tendencias y los estilos artísticos que se requerían de ellos. Evolución y condición que se repitió en América al trasladarse físicamente esas mismas circunstancias a estas nuevas provincias. En parte es esa la razón por la cual las ordenanzas relativas a cofradías, gremios y artesanías en Venezuela son tan escasas en los documentos del Cabildo caraqueño, pues debía darse por sentado que el ordenamiento que los regía era el mismo ya vigente para las instituciones similares de la Península”. (Duarte, 1966)
Fig. 1. Escritorio tallado en cedro. Segunda mitad del siglo XVII.
El gremio y la cofradía surgieron en la Alta Edad Media a raíz de la necesidad de asociación de artesanos, mercaderes y profesionales que buscaron defender sus intereses laborales frente a la intrusión de gente no debidamente preparada. Los gremios eran corporaciones de trabajadores artesanales formados por los maestros, oficiales y aprendices de una misma profesión u oficio. Las cofradías eran extensiones naturales de los gremios, y se movían “a la sombra de la Iglesia”.
Los gremios se regían por ordenanzas o estatutos especiales, mientras que las cofradías tenían sus constituciones, generalmente tomadas de las de España, cuyas estructuras organizativas pasarían a los virreinatos y en general, a los territorios ultramarinos como la Capitanía General de Venezuela.
Las ordenanzas normaban las facultades de los carpinteros, haciendo mención a la mano de obra, las multas, la participación en las cofradías y la selección y comercialización de los materiales. (El papel de los gremios de carpintería, s.f.)
Miguel Ángel Ortega explica la situación con claridad: “En efecto, los gremios artesanales existieron en Venezuela a lo largo del período colonial y buena parte de la época republicana como herencia del modelo organizativo medieval, vigente en España cuando se produce la conquista y colonización de América, el cual se reprodujo en nuestro continente a través de ordenanzas en las que se establecía la normativa específica de cada uno de los oficios artesanales agrupados en gremios (tejedores, orfebres, plateros, alfareros, sastres, etc.) con la finalidad de regular sus actividades productivas y proteger los intereses de los consumidores. Ello explica que en las ordenanzas gremiales (dictadas y supervisadas por cabildos) se velara por el funcionamiento interno de las unidades productivas (talleres), respetando la estructura jerárquica entre maestro artesano (dueño del taller), los artesanos oficiales “profesionales” (empleados en calidad de obreros) y los aprendices, siendo una condición que cada gremio podía evaluar por medio de pruebas los ascensos de una categoría a otra, mecanismo que posibilitaba que las diferentes organizaciones gremiales cuidaran del cumplimiento de la normativa establecida por las autoridades, garantizando que, por ejemplo, si un oficial ascendía al rango de maestro, éste disponía de los conocimientos y habilidades necesarias en el ejercicio de su oficio para brindar satisfactoriamente sus productos y servicios a la población”. (Ortega, 1997)
Las primeras referencias sobre carpinteros en las Actas del Cabildo de Caracas datan de 1623 (S. XVII). El permiso para ejercer el oficio de carpintero estaba sujeto a reglamentaciones que exigían al aspirante someterse a ciertas pruebas ante el “Juez de Oficio de Carpintería” de la ciudad, funcionario que además tenía la responsabilidad de dirigir y vigilar las construcciones y obras a su cargo, puesto que las estructuras arquitectónicas eran hechas en madera.
En cuanto a la fabricación del mobiliario en madera, en Venezuela los artesanos tendieron a la repetición de los modelos europeos. No obstante, estudiosos del período colonial como Carlos Duarte hablan del “sello criollo”, referido a la mezcla de varios estilos que se hizo en nuestro territorio, con los aportes del blanco español y el criollo, principalmente.
Fig. 2 Butaca atribuida a Serafín Antonio Almeida.
La butaca
En su libro Muebles venezolanos, este autor asevera que “la influencia indígena no existió en Venezuela como en otros países, menos aún la negroide” (p.19, 1967). Sin embargo, treinta años más tarde, en el catálogo Un asiento venezolano llamado butaca, publicado por el Centro de Arte La Estancia para acompañar la exposición homónima, Duarte arroja los resultados de su investigación posterior, dedicada enteramente a lo que los pobladores originarios del territorio venezolano dejaron como herencia al repertorio del mobiliario internacional: ”Uno de los aportes más auténticos e importantes, que legaron los ebanistas del período hispánico venezolano, fue el diseño de un asiento denominado “butaca” (…). La butaca, tal como se fabricó en Venezuela durante los siglos XVII, XVIII y las cuatro primeras décadas del siglo XIX, fue un tipo de asiento cómodo, adaptado a la anatomía humana, el cual tomó su diseño de un prototipo indígena rudimentario al cual los indios Cumanagotos, habitantes de la Provincia de Cumaná, denominaban precisamente “butaca”, “putaca” o “ture”, voces éstas que son sinónimo de asiento”. (Duarte, 1999). La putaca o ture indígena se define como un tipo de silla de vaqueta o de extensión.
Fig. 3 Ture, s/f.
La citada exposición que tuvo lugar en los años noventa del pasado siglo, se orientó a demostrar que el aporte indígena venezolano fue, nada más y nada menos que la incorporación de un nuevo tipo de asiento a la objetualidad occidental, que se caracteriza por tener el espaldar y el asiento muy inclinados para asegurar el descanso. Tan específica funcionalidad provocó que la butaca se ubicara en las habitaciones y que fuera el asiento para los ancianos, los convalecientes y las embarazadas.
“El primer inventario de bienes donde se menciona la palabra ‘butaque’ está fechado en Caracas en 1632 y pertenece a los bienes del carpintero Sebastián de Hinojosa. Se piensa que él pudo haber sido uno de los creadores de ese diseño, junto con otro importante ebanista llamado Juan de Medina, constructor de la Catedral de Caracas, quien estuvo activo durante la segunda mitad del siglo XVII. Entre las posesiones de este último se registran ‘dos butaquillos pequeños’.
La palabra butaca, usada hoy universalmente en los países de habla hispana, ya era parte del lenguaje común en Venezuela durante la primera mitad del siglo XVII. Durante la segunda mitad del siglo XVIII algunos ejemplares de butacas venezolanas fueron exportadas a México, dando origen, en ese país, a otra versión de este interesante mueble” (Duarte, 1999, pág. 5), y a la idea que tienen los mexicanos, de que el origen de este diseño es suyo.
Mucho más adelante, en el siglo XX, don Miguel Arroyo, en su reinterpretación del mobiliario colonial, denomina al ture, el butaque, la silla de baqueta, la silla coriana, el tinajero, como muebles “orgánicos”, pues no aspiraban a embellecer, sino a hacer cómoda la vida. “Por ello estos muebles casi nunca los encontramos en los sitios de reunión de las casas; siempre están en los cuartos y en los lugares más íntimos, ellos son lo más cercano de lo orgánico (…)”. (Arroyo, 1954)
La carpintería durante la Colonia
El mobiliario en la Venezuela Colonial era principalmente importado, y el que se fabricaba en el territorio se considera anónimo, debido a que las piezas no se firmaban.
Se conocen los nombres de carpinteros, porque muchos avaluaban las obras de carpintería para las sucesiones testamentarias o se mencionaban en los recibos de encargos laborales importantes. Se hallan nombres desde el siglo XVI a la primera mitad del siglo XIX. A partir de 1825, el mobiliario es casi exclusivamente extranjero. En estas prácticas del pasado notamos el germen de la idiosincrasia del venezolano con respecto al mobiliario, pues aún en el siglo XXI siente mayor predilección por el mueble importado que por el nacional.
Otra pregunta es por qué han sobrevivido pocos ejemplares de muebles coloniales en nuestro país. Ante tal interrogante, Carlos Duarte esgrime en la introducción de su libro Mobiliario y decoración interior durante el período hispánico venezolano, que la destrucción se produjo inicialmente por causas ajenas al hombre. “Por ejemplo, todos aquellos muebles y objetos importados, por haber sido construidos con maderas blandas, fueron atacados y destruidos rápidamente por los insectos tropicales. La intensidad de la luz solar, la humedad ambiental, el contacto casual con el agua (en el caso de goteras) y de la acción de los animales roedores fueron los factores que lentamente eliminaron gran parte de ese acervo cultural. A ellos debe sumarse también el deterioro lógico del uso diario y el descuido de los sirvientes”. (Duarte, 1980)
Por si fuera poco, más adelante afectaron la destrucción del terremoto de 1812, al que le siguió la devastación de los once años de la guerra de independencia, que completó la ruina económica y material de los bienes muebles e inmuebles en el país. Tras la independencia, vino el desprecio hacia todo lo que se identificara con España y ya en el siglo XIX, la vida republicana continuó entre conflictos internos y la creciente admiración hacia otras culturas extranjeras, como ocurrió con el afrancesamiento propio del período guzmancista.
En una ciudad pequeña como la Caracas colonial, los carpinteros y los ebanistas trabajaban en estrecho contacto. Esta situación se repetía en el interior. Gran número de aprendices ayudaban y a la vez copiaban los modelos creados por el maestro, dueño del taller.
Otra particularidad era que los carpinteros a menudo tenían conocimiento de otro arte, como el tallado o el dorado, éste último, es la técnica de aplicación de la hojilla de oro sobre las piezas de madera.
El aprendizaje se realizaba a la manera tradicional. Los discípulos comenzaban como aprendices en el taller de un experimentado carpintero o los conocimientos se traspasaban de padres a hijos.
“La enseñanza comenzó apenas establecida la colonia. Así lo atestiguan los protocolos del siglo XVI (…). A estos artesanos se les distinguía con diversos títulos según el grado de experiencia o pericia. Se les denominaba: ‘Carpintero’, ‘Maestro de Carpintero’, ‘Oficial de Carpintero’, ‘Maestro de Carpintero y Alarife’, ‘Maestro Mayor de Carpintería y Alarife’, ‘Facultativo en Carpintería’, etc.”. (Duarte, 1966, pág. 21). [*Alarife: arquitecto, maestro de obras]
En Caracas resalta el nombre del Maestro Carpintero Juan de Medina, quien en 1665 fue contratado por el Cabildo para reconstruir el edificio y la ebanistería de la Catedral de Caracas, destruida por el terremoto de 1641.
Indica Carlos Duarte que se le solía confundir con otro “Maestro Carpintero” llamado Francisco de Medina, quien al parecer, era su hijo.
Juan de Medina tenía su taller en la ciudad, donde también atendía encargos particulares. Duarte lo menciona como “uno de los artesanos de mayor valor en el siglo XVII. Su producción fue sin duda de estilo barroco. Nada podemos admirar hoy de lo que fue su excelente obra”. (Duarte, 1966, pág. 24)
Diego Bastardo fue otro “Maestro Carpintero” de la segunda mitad del siglo XVII, que trabajó entre los años 1665 y 1683. También se ha identificado a Pedro de los Santos, “que debió ser un carpintero de regular calidad y debió estar influenciado por Juan de Medina, ya que trabajó a su lado en la reconstrucción de la Catedral”. (Duarte, 1966, pág. 25)
La huella de Ventura Balcázar, “Maestro de Carpintería y Alarife” se halla registrada entre 1725 y 1753. También destacó con ese mismo cargo entre 1753 y 1765 Antonio Mateo de los Reyes, por su renombre como carpintero.
El barroco que llegó tardíamente en el siglo XVIII, terminó afrancesándose. Testigo de dicha transición hacia el rococó fue Domingo Gutiérrez, “Maestro carpintero y tallador” de extraordinarias dotes artísticas, que trabajó entre 1755 y 1777.
Fig. 5 Mesa rinconera atribuida a Domingo Gutiérrez.
Fue frecuente la repetición de ciertos apellidos en los oficios, lo cual tiene que ver con la tradición familiar de los gremios europeos. Incluso era frecuente el matrimonio entre miembros de familias que ejercían el mismo oficio, generando así “dinastías” dentro de los sectores productivos. En el contexto venezolano se repiten los apellidos Medina, de los Reyes, Cardozo y Arteaga, consiguiendo al primero, Juan de Arteaga, hacia 1703.
Desde los primeros años del siglo XVIII surgen los nombres de Juan de Rojas, Martín de Rojas y Antonio de Rojas, emparentados con Santiago de Rojas, cuyo rango de acción ocupó casi toda la segunda mitad del citado siglo, como Maestro Mayor y Alarife de Carpintería.
Situación peculiar fue la de Juan Basilio Piñango, Maestro Mayor y Alarife de Carpintería, a quien se le debe la primera tentativa de reglamentar el oficio.
En cuanto al interior del país, también hubo numerosos y buenos carpinteros, que estaban a la misma altura que los de la capital en lo que “a evolución y modas se refiere” (Duarte, 1966, pág. 30). El anonimato se repite, pues también se desconocen los nombres de los artífices de muchas piezas de mobiliario que se conservan.
En la Provincia de Cumaná se produjeron excelentes piezas. En Coro, que fue fundada antes que Caracas, destacando como sede de los poderes reales y eclesiásticos, se hallan los primeros intentos artesanales. En los documentos del Cabildo coriano quedó asentado que los mejores carpinteros se ocuparon durante los últimos años del siglo XVI de la construcción de la Catedral. Entre ellos estaba Diego de Molina, Juan de Carbajal, Pedro de la Peña y el Maestro Mayor Gaspar de Ribera Matajudíos, quien se hizo cargo de concluirla.
Guanare tuvo a comienzos del siglo XVIII, un importante tallista llamado Pantaleón José Quiñones de Lara, quien elaboró el altar mayor de la catedral de la ciudad, con estilo barroco.
Del mismo siglo en Barquisimeto y El Tocuyo están los muebles atribuidos a Antonio Michael.
En los documentos históricos que han sobrevivido también se citan maestros de ciudades como Puerto Cabello, Barcelona, Maracaibo y San Felipe.
Desde los principios de la Colonia, los artesanos europeos apreciaron las cualidades de las maderas venezolanas, como granadillo (Caesalpinia granadino), gateado (Astronium graveolens), caoba (Swietenia macrophylla), dividive (Caesalpinia coriaria), guayacán (Guaiacum officinale), palo amarillo (Lafoensia punicifolia), urape (Bauhinia megaiandra) y cedro (Cedrela odorata). Esta última madera era la más abundante, y por lo tanto, la más barata, además de resistente al ataque de insectos xilófagos.
También hubo muebles hechos de nogal, pino y roble, seguramente importados, consideran los estudiosos del tema.