AnimaciónIlustraciónMaestros Simbold

A escondidas y con rebeldía Raúl Ávila se hizo maestro ilustrador

Nacido en Argentina y residenciado en Venezuela desde 1970, muy joven supo que quería dedicarse al dibujo y la pintura, aunque se topó con la animación.

Por Jhonson Franco.

Raúl Ávila no tuvo que pensar mucho qué quería hacer en su vida. Antes de entrar a cuarto año de bachillerato le dijo a su madre que quería pintar y dibujar, artes que siguen siendo su pasión a los 80 años de vida, y con las que forjó una nutrida carrera como ilustrador y animador.

La clara visión de futuro de Ávila le hizo querer dejar el liceo y entrar en la escuela de artes plásticas de la Universidad de Cuyo, en Mendoza, Argentina, recinto que visitó el entonces adolescente con su madre para ver si era posible ingresar. Le denegaron la posibilidad porque no era aún bachiller.

“Un profesor me preguntó si me gustaba el dibujo, le dije ¡claro! Me propuso ir a la universidad mientras terminaba el bachillerato. Me dijo: ‘entrás al taller de pintura, te ponés a pintar, pero si ves que viene el rector, corrés a la silla y digo que eres un modelo que pinto’”, recuerda Raúl.

Pa´l carajo mandó al rector

Las creaciones de Raúl dejaron sorprendido al profesor, que presentó los dibujos a las autoridades de la universidad, y permitieron que el pibe entrara al primero de los niveles preparatorios que se hacían antes de entrar a la carrera.

“Al mes y medio el profesor vio mis dibujos y dijo que estaba preparado para el siguiente nivel. Hicieron una mesa examinadora y me pasaron a segundo año. Dos meses después hacen otra mesa y me pasan a tercero. Antes de finalizar el año, los profesores se reúnen y me envían a primer año de artes. Sentí que tocaba el cielo”, dice el creativo.

Pero “un día el rector me llama y me dice que debía las materias teóricas de primero a tercero de preparatoria, que si en 4 meses las sacaba me dejaba en primero de artes. Eran 12 materias, le dije que era imposible, entonces me iban a poner en tercero de preparatorio. Me puse a llorar. Arranqué los dibujos de las paredes con furia. El rector me amenazó con no entrar a ninguna universidad del país si arrancaba un dibujo más. Lo mandé pa’l carajo y seguí rompiendo los dibujos”.

Sin saber cómo decirle a sus padres que había sido expulsado, Raúl salía y llegaba a casa como si fuera a la universidad. Se iba a una plaza a dibujar. “Un día, jugando ajedrez en la calle, alguien me dice: ‘si mueves esa pieza te comen la dama’; era mi padre. En casa me dice que termine el liceo, pero no me interesaba. Quería pintar”.

Se cruzó con la animación

Ávila decidió ir a Buenos Aires a estudiar dibujo o trabajar en dibujo animado. El amigo de un tío lo llevó a un estudio de animación, mostró sus dibujos, y lo dejaron pintando fondos y escenografía para dibujos animados.
“Me quedaba cuando todos se iban, decía que era para terminar un fondo, pero me ponía a sacar las cajas de animación para practicar guillaíto”, cuenta el ilustrador.

“Un día se regresa el dueño y me encuentra con animaciones comerciales en el tablero, pensó que estaba robando. Me echaron. Uno de los dibujantes le dijo que yo estaba haciendo cosas para aprender. El dueño me llamó, me hizo una prueba y terminé haciendo intercalados de animación”.

El trabajo de Raúl se dio a conocer al punto de que a los 18 años ya tenía su productora de animación.

Venezuela, su hogar

A finales de los años 60 el dibujante tenía la idea de irse de Argentina. “Había pensado en Alemania. Comencé a aprender a alemán”. El plan cambió cuando se encontró a Félix Nakamura, su antiguo asistente, quien se había venido a Venezuela.

Nakamura volvió a Argentina para traerse un animador a Caracas. “Me preguntó si quería ir. Yo de Venezuela solo sabía que era un lugar en el trópico que tenía petróleo. Pensé estar un año e ir a Alemania. Después que conocí el clima y los colores de acá ¡qué Alemania ni qué carajo!

Tras un año en el país, montó la productora de animación Story Film, aunque “de golpe comencé a recibir trabajos para publicidad. Todas las agencias me llamaban para contratarme como ilustrador”, explica.

Un maestro

Entre animaciones e ilustraciones, Ávila siempre ha estado interesado por impartir conocimiento. “Cuando enseño lo hago con cariño. A los jóvenes hay que alimentarles la capacidad de crear, de fabular, de inventar”.

“Acá hay muchos jóvenes con talento. Hay que desarrollarlos, comenzar a producir profesionales con criterio de equipo y formar especialistas”.

En tips
  • Su último trabajo de animación en Argentina antes de venir a Venezuela fue el piloto de Mafalda.
  • En Argentina animó más de 600 comerciales, 400 de ellos con su propia compañía.
  • El maestro cree haber realizado unos 2000 comerciales en su carrera.
  • Trabajó en el área publicitaria hasta los años 90.
  • Vivió 20 años en Margarita de los 51 que tiene en Venezuela.

  • En la universidad vio anatomía en la morgue, lo que considera fundamental para entender el cuerpo humano y hacer animación.
  • Perdió la cuenta de los personajes que ha creado. Su favorito, el Navega’o, una caricatura de sí mismo que ve como una pequeña travesura.

  • No sigue una técnica para ilustrar, todo depende de lo que se le ocurra en el momento.
  • Actualmente está enfocado en dictar talleres de stop motion, con la intención de, además de enseñar, crear equipos para realizar proyectos.
Compartir: